martes, 15 de julio de 2025

 El portalón de San Lorenzo

El cervatillo ha vuelto a la plaza de San Lorenzo
Inauguración de la fuente en la plaza de San Lorenzo en 1963Archivo Municipal de Córdoba

«Diego Fernández, osado donde los hubiera, se dirigió al grupo de visitantes: «Señores, ¿quieren ustedes una copita de Fino Príncipe?»»






Tras décadas de espera, hace pocas semanas volvió el cervatillo que adornaba el monumento al insigne poeta Ibn Hazm o Abén Hazam (994-1064), levantado en la plaza de San Lorenzo en 1963. Y no ha vuelto porque se fuese a ningún sitio por su cuenta: es que fue sustraído por los amigos de lo ajeno por dos veces, una a los quince días exactos de haberse inaugurado, y otra, tras reponerse una copia, unos años más tarde.

La ciudad palaciega de Abderramán III parece ser que contó con una espectacular fuente de cuatro caños cada uno de los cuales era una estatua de cervatillo. Los más extremistas entre los religiosos musulmanes achacarían a estas mundanidades y afán de exhibicionismo el mal fario de la citada ciudad, finalmente destruida por sus «pecados». Aunque un poco exagerado, lo que sí es cierto es que en las crisis que produjeron la caída del Califato de Córdoba tuvieron su protagonismo las revueltas de bereberes y de otros grupos radicales que no compartían los lujos y las desviaciones religiosas de unos musulmanes a los que consideraban como poco piadosos. Y eso que aún tardaría casi un siglo para que llegasen a la Península almorávides y almohades que en lo religioso fueron más radicales.

Sea lo que sea, Medina Azahara fue prácticamente arrasada durante estas guerras de facciones armadas que acabaron con la gran obra política de los omeyas, y estudios recientes apuntan a que, incluso, una serie de temblores sísmicos afectaron a esta parte de nuestra sierra contribuyendo a rematar la tarea de desolación. Como resultado, no es que Medina Azahara se destruyera, es que hasta se perdió su recuerdo. Durante siglos aquello fue un lugar despoblado del campo donde se encontraban restos de cierta magnitud, pero de los que se desconocía su origen.

Tanto fue el olvido que caló la idea de que lo que allí se podía ver eran los restos de un primitivo emplazamiento de la Córdoba de Claudio Marcelo, y así la zona fue llamada Córdoba la vieja, que al decir de estos eruditos fue al poco abandonada cuando el gobernador romano buscó un mejor sitio para establecer la ciudad junto al río.

De esta improvisada cantera, muchas de cuyas columnas y capiteles subsisten aún en casas de Córdoba que les dieron una nueva vida sosteniendo macetas o flanqueando esquinas, una pequeña escultura representando a un cervatillo fue recogida por los frailes del cercano monasterio de San Jerónimo, y allí estuvo hasta que con motivo de la desamortización pasó al Museo de Bellas Artes y, posteriormente, al Museo Arqueológico de Córdoba. Hoy se encuentra en el museo levantado recientemente en el yacimiento de Medina Azahara, cerca de su casa original. De este bello cervatillo se hicieron copias fidedignas, como una expuesta en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid y otra en el Museo de Arte Islámico de Doha, en Catar, obtenida en una subasta pública que reflejó el interés por la pieza aun cuando fuese una copia.

El nuevo cervatillo echando su espléndido chorro de agua

El nuevo cervatillo echando su espléndido chorro de agua

Hay que decir que la vuelta del cervatillo a la plaza de San Lorenzo no ha sido cosa de los políticos de turno o algo por el estilo, que están para otras cosas. Esta reposición se ha debido al dueño de la última taberna que ha llegado al barrio, El Pórtico de San Lorenzo, que se la encargó al escultor José Manuel Belmonte, de San Juan de Letrán, conocido en la ciudad por ser el autor de diversas figuras de bronce a las que sólo les falta hablar para contar la historia de los bellos rincones donde se han colocado.

El motivo del monumento a Ibn Hazm

Todo empezó con unas excavaciones que se llevaron a cabo en 1844 en la cercana calle Roelas número 10, una casa por debajo de la mía. Al excavarse una zanja aparecieron notables restos arqueológicos que, con el paso del tiempo, serían analizados. El gran arabista cordobés Manuel Ocaña Jiménez determinó que dichos restos se correspondían con un notable complejo musulmán con galerías y mezquita, localizado en el solar de la actual iglesia de San Lorenzo donde aún puede observarse la traza de su alminar en la parte baja de la torre. Entre los restos encontrados estaba una lápida que permitía asociar dicho complejo con el arrabal de al-Mugira, el barrio donde vivió Ibn Hazm y donde, según el nostálgico poeta, pasó los mejores años de su vida antes de que la destrucción se abatiera sobre la Córdoba califal.

Por ello, el Ayuntamiento de Córdoba, coincidiendo con el IX centenario del poeta, en 1963, inauguró un monumento de homenaje al autor de ‘El collar de la paloma’, ya considerado como el vecino más ilustre del barrio, en medio de un pequeño jardín de nueva planta en la plaza de San Lorenzo. El acto estuvo presidido por el alcalde de Córdoba, don Antonio Guzmán Reina, acompañado del entonces embajador de Irak y un pequeño séquito, así como del concejal Juan Antonio Palomino Herrera, entre otros. El monumento constaba de un monolito con la placa de homenaje y una pequeña fuente cuyo surtidor era la copia del cervatillo de Medina Azahara. En realidad la relación del cervatillo con Ibn Hazm era muy tangencial: sólo por el hecho de formar parte ambos de aquella Córdoba islámica, pero hay que reconocer la belleza del monumento.

Aquella noche de verano

Nunca olvidaremos esa noche de verano de 1963, sábado, en la que estábamos reunidos un buen grupo de amigos dentro de la taberna de Casa Manolo, de San Lorenzo: los hermanos taxistas Paco y Manolo, apodados los Barriga al lado, Perico Pareja, Inocencio Montes, Paco Moyano, Pepe Taguas, Antonio Granados, Juan Romero, Manolo Vargas, José Pérez, Manuel Pérez, Antonio Blancart y otros amigos más que recuerde. Estábamos en el preámbulo de preparar varias partidas de malillón que, como era costumbre, solíamos echar los sábados.

De pronto entró en la taberna Diego Fernández, el que fuera presidente de la peña deportiva El Príncipe. Con voz un tanto más alta de lo normal nos dijo: «Ahí afuera junto al monolito que le han puesto al moro está el alcalde con unos señores». La mayoría salimos fuera para ver lo que decía y pudimos reconocer al alcalde Guzmán Reina (1921-1986) acompañado de un grupo de personalidades que nos parecían extranjeras pero que no sabíamos quiénes eran.

Diego Fernández, osado donde los hubiera, se dirigió al grupo de visitantes: «Señores, ¿quieren ustedes una copita de Fino Príncipe?» Ante este ofrecimiento surgió un incómodo silencio protocolario, pero al poco el alcalde contestó afablemente: «Bueno, probaremos una copa de vuestro vino, pero han de saber ustedes que estos señores (en clara referencia a los árabes) no suelen tomar alcohol». Pero el caso es que la invitación de Diego Fernández hizo su efecto y aquel grupo de personalidades entró en la taberna y cada cual tomó lo que sus tradiciones y costumbres le permitía. Allí dentro el alcalde nos aclaró que aquellos señores eran el embajador de Irak y su séquito.

(Por cierto que aquellas relaciones del alcalde con los árabes le costaron a Guzmán Reina un tirón de orejas de la Oficina Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores. Desconocemos el motivo exacto)

Los amigos de lo ajeno

Como decíamos, el cervatillo de la fuente fue objeto de atenciones por los amigos de lo ajeno prácticamente desde su inauguración. No se supo quiénes fueron realmente los autores de ese primer robo (y del siguiente), aunque considerarlos como unos simples «vándalos» o «chorizos» de poca monta quizás no sea lo más plausible, ya que se ha demostrado (por desgracia, en muchas ocasiones) que estos circunstanciales y pequeños ladrones suelen formar parte de una serie de circuitos bien organizados, con expertos que saben valorar perfectamente el valor de la antigüedades robadas.

Podríamos relatar como ejemplo el caso célebre de las cinco vigas de la Catedral que se llegaron a subastar en Londres en la casa Christie's en 2008. Habían estado guardadas durante años en la casa almacén que disponía el Cabildo en la calle Velázquez Bosco y nadie supo cómo acabaron allí.

Para evitar los robos, todas las vigas fueron colocadas en los pórticos de la Catedral

Para evitar los robos, todas las vigas fueron colocadas en los pórticos de la Catedral

A un nivel más cercano, puedo contar lo que durante un tiempo ocurrió en la sacristía de la iglesia de San Lorenzo con las antiquísimas cajoneras donde se guardaban todos los ornamentos sagrados de la parroquia, como capas, manteos, casullas y otros ornamentos de todos los colores y variedades que marcaba la compleja liturgia tradicional de la Iglesia. La mayoría contaba con ricos bordados, sobre todo las capas que se usaban para las ceremonias del altar y fiestas señaladas del calendario.

Llegado un momento, allá por los años 80 del siglo XX, el sacristán Pepe Bojollo (que llevaba en la parroquia nada menos que desde 1944) se percató de que determinados ornamentos y sus consiguientes bordados faltaban. Por desgracia, todos aquello objetos de valor no estaban registrados, ni mucho menos informatizados, sino que los tenía «en su cabeza» de tantas veces como los había visto.

De inmediato le trasladó su temor al párroco. Se revolvió todo y comprobaron que, efectivamente, no estaban. Así que el párroco ordenó que a partir de entonces todos los cajones de esas cajoneras fuesen enlazados por una barra metálica de arriba a abajo con sus candados correspondientes. Nunca se supo quiénes pudieron ser los cacos que se fueron llevando poco a poco de manera imperceptible lo que no era suyo.

Otro caso del que tuvimos conocimiento fue el de los dedos de la Magdalena. Se dio en aquellos años en los que se quiso (sin éxito) rehabilitar la iglesia del mismo nombre. Entonces las personas interesadas del barrio se fijaron en que a la imagen de la Magdalena, titular de la parroquia, le faltaban los dedos de una mano. Con ánimo de restaurarla adecuadamente se consultó a Antonio Ruiz, sacristán de muchos años en San Lorenzo, el cual tenía un buen conocimiento de los circuitos por donde se movían los anticuarios de la ciudad. Indicó una persona que, según su opinión, podría tener los dedos, o al menos saber dónde estaban. Se acudió a donde tenía su local, se le preguntó por los dedos, y el anticuario contestó que no sabía nada de ese tema. Enterado de la respuesta negativa, Antonio Ruiz volvió a insistir: «Esa no es forma de abordar a este tipo de gente. Hay que empezar por ofrecerle algo a cambio, de lo contrario será siempre negativa su contestación». De vuelta al anticuario, esta vez se le ofreció un pequeño niño Jesús… y este señor accedió a entregar los dedos de la Magdalena a cambio.

'El collar de la paloma'

Hace bastantes años, en un viaje a Madrid, recorriendo por curiosidad los tenderetes de libros de la Cuesta de Moyano tuve la suerte de encontrar un libro de viejo titulado ‘El collar de la paloma’, transcripción hecha por el arabista Emilio García Gómez (1905-1995) en una segunda edición de Alianza Editorial de 1967.

En el prólogo de la primera edición, escrito por José Ortega y Gasset (1883-1955), se nos dice que el cordobés Ibn Hazm, cuando la capital del Califato de Córdoba había sido saqueada y medio derruida por los bereberes de África, después de sufrir cautiverio, se retiró a Játiva (Valencia), ciudad más tranquila, floreciente y notable. Allí, probablemente en el año 1022, a instancias de un amigo, escribió este libro.

No cabe duda de que ‘El collar de la paloma’ es una de las obras capitales de la literatura árabe medieval. Un trabajo elegante y realista acerca del amor y las costumbres en los usos amorosos hispano-árabes del siglo XI, fiel reflejo de su época. En él hay alusiones a sucesos y a personas con un toque muy personal de Ibn Hazm, pues abundan los recuerdos, reflexiones y las propias experiencias del autor.

Portada de 'El collar de la paloma', de Ibn Hazm

Portada de 'El collar de la paloma', de Ibn Hazm

Escrito en prosa, con bellas poesías intercaladas, consta de treinta capítulos. Se nombra con frecuencia a Dios como creador, providencia, honrado y poderoso, bien invocándole, bien pidiéndole perdón. Como en la Biblia, es un Dios eterno que castiga a los malvados y premia a los justos. Porque ‘El collar de la paloma’ trasciende el mero aspecto literario o poético, adentrándose en terrenos próximos a la reflexión filosófica y teológica sobre Dios, el Amor o el Alma («los ojos son la puerta del alma», diría Ibn Hazm), temas que con tanta erudición desarrollarían sus ilustres paisanos, también exiliados, Averroes y Maimónides.

Aparte de estas reflexiones tan elevadas, Ibn Hazm expone en esta obra una notable descripción, que hoy llamaríamos psicológica, del amor: la unión amorosa y su plenitud, la lealtad, los infortunios, la ruptura, la traición, la separación, el olvido y hasta la muerte… Porque, advierte, el amor no siempre es positivo, ya que también suele arrastrar a conductas negativas: los viejos se las dan de jóvenes y, naturalmente, hacen el ridículo más espantoso; los ascetas rompen sus votos y los santos se tornan disolutos. Metiéndose en camisa de once varas, también opina que la inclinación a la concupiscencia y a la murmuración, son iguales en los hombres y en las mujeres, así como la coquetería. Sin embargo, añade, el hombre es superior a la mujer físicamente, por su resistencia. Observa notables diferencias entre los dos sexos, que se deben a la educación de la época. En esa sociedad reflejada por Ibn Hazm la mujer, considerada como una flor, es un objeto de adorno para el recreo y goce del varón. Machismo puro y duro lo llamaríamos ahora.

También es memoria

Para finalizar, bueno será recordar cómo estaba la plaza de San Lorenzo antes de que se rehabilitara y colocara el monumento en honor del autor de ‘El collar de la paloma’.

Empecemos por el pórtico de la iglesia, tan característico en cualquier imagen que nos hagamos de la plaza. Es una obra sin simetría, con material de poca calidad, y que tuvo que realizarse en una de sus últimas reformas porque aún puede verse perfectamente cómo está añadido a la fachada. Quizás se hiciera para corregir la falta de simetría de ésta, especialmente tras la construcción de la torre renacentista sobre el antiguo alminar, o simplemente como cobijo para los desahuciados que estaban en la calle sufriendo las inclemencias. En una fecha que aún no he podido localizar fue tapiado al público, probablemente ante los riesgos de alguna grave epidemia y solo se dejó una puerta central de acceso a la Iglesia.

En 1929 el Ayuntamiento decidió reabrir todos los arcos volviendo a su estado original. Además de abrirse el pórtico, de paso se aprovechó la oportunidad para delimitar mejor la plaza con albero. La fuente de pilón de mármol negro azulado que ocupaba el centro de la plaza desde 1890 (sustituyó a una primitiva fuente de pilón redondo de ladrillo de 1735) fue sacada más para afuera, según se ve en la foto y que fue eliminada en 1963 para colocar el monumento de Ibn Hazm con su fuente y el cervatillo.

Alrededor de esta plaza muchos chiquillos practicábamos toda clase de juegos en la calle, especialmente el trompo. En ocasiones tuvimos que subir al tejado del pórtico porque alguno había acabado allí arriba. En 1954, Manolo Jiménez Torres, apodado El Quinielas, fue afortunado en una quiniela de las apuestas mutuas con 490.000 pesetas, dinero con el que se hizo cargo mediante traspaso de la histórica taberna Casa Armenta que pasó a llamarse Casa Manolo. Fue el primero que aprovechó el albero de la plaza para colocar una terraza de veladores, como se decía, con asientos de mimbre en forma de sillón de cierto nivel. El primer camarero de aquella terraza fue Federico Rincón, vecino de la calle Horno Veinticuatro.

En esa plaza, además de la Casa Manolo, estaban Casa Miguel, Casa Ordóñez, Casa Minguitos y la taberna de Huevos Fritos. También se ubicaban nada menos que tres puestos de jeringos. El más antiguo databa desde 1934, y era de un tal Manuel que lo solía poner junto a la fuente. Luego estuvo una tal Berta, que lo tenía en la calle Ruano Girón (donde hoy está el mosaico del Cristo del Calvario), y el de Concha González Ruiz, la que fuera portera de la Escuela Obrera de don Eloy Vaquero Cantillo. Su puesto estaba donde hoy pone sus veladores el bar Tú momento, entre Santa María de Gracia y el Arroyo de San Lorenzo.

La plaza en 1942, con la fuente que sustituyó a la de 1735 y las acacias. 
Pintura de José Luis Muñoz

La plaza en 1942, con la fuente que sustituyó a la de 1735 y las acacias. Pintura de José Luis Muñoz

En los veranos se montaba en esa plaza de San Lorenzo un enorme puesto de melones gestionado a medias entre un tal Molleja, de la calle Dormitorio, y un tal Cantillos, que vivía en la calle Alcántara. En los inviernos se solía poner un puesto de castañas asadas, que en verano se reconvertía en carrillo de helados. Ya en los años 60 se pondría un puesto de helados más moderno, de aquellos de Ilsa Frigo, regentado por la novia de Antonio Gaitán Jiménez, alumno de la Universidad Laboral.

En aquellos largos días de los veranos el entorno de la fuente se convertía en el lugar de exposición de los carrillos con las carteleras de los cercanos cines de verano: Florida, Delicias y Ordóñez, que eran conducidos, el primero por El Gorrión, y el segundo por Pimienta y otras veces por el mismísimo Rafael Gómez ‘Sandokán’, vecino de la calle los Frailes. El del cine Ordóñez lo llevaba un tal Platanín, que era el sepulturero del cementerio.

La fuente, las acacias que la sombreaban y toda su historia desaparecieron en 1963, cuando el Ayuntamiento sustituyó todo por el jardincito cercado que existe actualmente, en el cual se pusieron unos naranjos tipo bola, sin apenas tronco, de los que aún subsisten algunos tras las últimas reformas de la plaza.

  El portalón de San Lorenzo El cervatillo ha vuelto a la plaza de San Lorenzo Inauguración de la fuente en la plaza de San Lorenzo en 1963 ...